Hey babies! Han pasado ya más de 20 años del estreno de la película Titanic y unos años más tarde salió un reportaje en una revista sobre historias conmovedoras de personas que fueron pasajeros de este gran barco y que sus supervivientes lograron dar a conocer... pues bien, este reportaje lo había replicado en un antiguo blog y hoy he decidido rescatarlo para conmemorar los más de cien años que han pasado desde lo sucedido y también porque es una tragedia que siempre me ha llamado la atención, sobre todo al saber que la película estaba basada en hechos reales. Espero de todo corazón que os agrade y que os toque un poquito la fibra sensible.
Casados desde septiembre de 1911, John Jacob Astor V, miembro de una rica familia de empresarios estadounidenses, y su segunda esposa, Madeleine Force, habían prolongado su luna de miel en Europa hasta que ella se quedó embarazada. Con la intención de que su primer vástago en común naciera en Estados Unidos, se embarcaron en el Titanic, cuyo destino final era Nueva York, ciudad donde residían. La segunda boda de John Jacob había despertado una fuerte polémica entre la alta sociedad de su país por la diferencia de edad entre los novios: él tenía 47 años y ella, 28. Para no ser centro de atención, la pareja había puesto tierra de por medio y había demorado su regreso.
Los Astor viajaban en el Titanic en compañía de un mayordomo, una criada, una enfermera y Kitty, un terrier al que Madeleine, embarazada en su quinto mes de gestación, tenía mucho cariño. En el momento en el que el barco colisionó con el iceberg, el matrimonio se encontraba descansado en su camarote. John Jacob salió en busca de información y, al volver, quiso calmar a su esposa diciéndole que no se habían producido daños serios. A pesar de todo, se pusieron los chalecos salvavidas y, tras pasar un rato en el gimnasio, salieron a cubierta.
A medida que pasaron los minutos fue cambiando de idea y, a las 1:45, cuando la proa de la nave ya estaba sumergida, le aconsejó subir a un bote para ponerse a salvo.
Madeleine y su enfermera se acomodaron en el número 8 y John Jacob le pidió al oficial Charles Lightotller, que se encargaba de coordinar las tareas, si él también podía embarcar para acompañar a su esposa dada su "condición delicada". Pero Lightotller se negó, fiel a la consigna recibida de dar preferencia a las mujeres y los niños, por lo que Astor se quedó en cubierta, despidiéndose de su esposa con un cariñoso beso. Kitty, su mascota, tampoco pudo subir al bote.
Consciente de que el tiempo era oro, el acaudalado empresario se puso a colaborar con la tripulación y cogió en volandas a dos hermanos de origen libanés de 12 y 14 años, para meterlos en una de las últimas barcas de zarparon. Éstos y otros supervivientes relataron que, mientras se alejaban del Titanic pudieron ver como Astor, resignado a su suerte, se encendía un cigarrillo mientras charlaba con otro pasajero.
Recogida por el Carpathia, Madeleine esperaba ansiosamente presenciar la llegada de su marido, pero no fue así. El Mackay-Bennett, uno de los barcos alquilados para recuperar los cadáveres, envió un telegrama el 22 de abril confirmando que se habían encontrado sus restos. Astor fue enterrado en el cementerio de Trinity Church, en Nueva York, la ciudad donde el 14 de agosto de 1912, Madeleine dio a luz a su hijo, John Jacob Astor VI.
También a la alta sociedad estadounidense pertenecía el matrimonio Straus, de origen alemán. Isidor era copropietario, junto a su hermano, de los populares almacenes Macy's. En 1912, el empresario, de 67 años, su esposa, Ida, de 63, habían viajado a Alemania para acompañar a su nieta Beatrice, quien se quedó a estudiar allí. Fascinados con las noticias que les llegaban del Titanic, decidieron regresar a Estados Unidos en este maravilloso barco.
Padres de siete hijos, los Straus llevaban 41 años casados y siempre fueron una pareja muy unida. Cuando él se veía obligado a viajar por negocios, escribía a diario a su mujer, que le contestaba todas las cartas. La noche del 14 de abril, se encontraban en su camarote cuando fueron informados del accidente. Se pusieron los chalecos salvavidas y se dirigieron a cubierta para acceder a alguno de los botes de salvamento. Ida llegó poner el pie en el número 8, pero cambió de opinión al ver que mujeres más jóvenes con niños estaban esperando su turno para otras barcas. Isidor le insistió para que embarcase pero ella le contestó:
A diferencia de los Straus, Michel Navratil y sus dos hijos, Michel y Edmond, viajaban en segunda clase. Este sastre eslovaco establecido en la localidad francesa de Niza embarcó en el Titanic para huir a Estados Unidos con sus dos vástagos. Hacía muy poco que se había divorciado de su esposa, la italiana Marcelle Carretto, quien se había quedado con los niños. Aprovechando que pasaban con él la Pascua, decidió llevárselos y, tras atravesar Francia, llegaron a Southampton, donde compró los billetes para el barco, inscribiéndose como Louis M. Hoffman y sus dos hijos como Lolo y Louis.
Los Navratil regresaron de nuevo a Francia, donde Michel se doctoró en Psicología y Edmond trabajó como decorador antes de convertirse en arquitecto. El pequeño de los hermanos murió a los 43 años, en 1950, después de que su participación en la Segunda Guerra Mundial le dejara bastante maltrecha la salud. El mayor vivió hasta los 92 años, convirtiéndose en el último superviviente masculino en morir. Michel no tuvo fuerzas suficientes para volver a Estados Unidos y visitar la tumba de su padre hasta 1996, cuando ya tenía 88 años.
La inmensa mayoría de supervivientes coincidieron en alabar la conducta ejemplar de los miembros de la tripulación del Titanic, que hicieron todo lo que estuvo en sus manos para salvar el mayor número de personas posibles. El capitán del barco, Edward John Smith, tenía 62 años y aquella travesía iba a ser la última antes de su jubilación. Cuando fue informado de los daños provocados por la colisión con el iceberg, mantuvo la calma ante su tripulación y ante los pasajeros y, megáfono en mano, enseguida empezó a organizar las tareas de evacuación. Poco antes de las 2 de la madrugada, ordenó lanzar un último cohete para facilitar al Carpathia la localización de los botes. Según los testigos, en ningún momento trató de salvar su vida y falleció a borde del barco que capitaneaba.
Con la misma entereza mostrada por Smith, la Wallace Hartley Band, la orquesta del barco, siguió tocando mientras el barco se hundía. Los siete músicos se situaron en el salón de primera clase, a la altura de la cubierta, e interpretaron piezas con el objetivo de calmar el pasaje. No pararon ni cuando el agua invadió la zona donde se encontraban. Los supervivientes recordaban que el último tema que pudieron oírles tocar fue el himno religioso "Nearer, My God, to Thee" (Más cerca de ti, Dios).
Tras colaborar activamente en las tareas de evacuación, el oficial Harold Godfrey Lowe quedó al mando del bote salvavidas número 14. Consciente de que el remolino que provocaría el hundimiento podía engullirlos, ordenó que la embarcación se alejara unas 150 yardas (137 metros). Después de que el Titanic desapareciera ante sus ojos, decidió volver para buscar más supervivientes. Logró rescatar con vida a cuatro de las personas que flotaban en el agua.
El que en su época fue considerado como el mejor barco del mundo, no llegó a finalizar su viaje inaugural. Un iceberg se cruzó en el destino del Titanic y de las 2.228 personas (entre pasajeros y tripulantes) que llevaba a bordo. El hundimiento de aquel coloso de los mares el 15 de abril de 1912 provocó 1.523 muertes y marcó para siempre la existencia de los supervivientes. Tras más de cien años después del fatal accidente, las historias personales de los afectados por aquella tragedia siguen poniendo la piel de gallina.
La fatídica luna de miel de una pareja española
A principios de 1912, los madrileños Víctor Peñasco, de 24 años, y María Josefa Pérez de Soto, de 22 años, se encontraban de luna de miel por Europa y, a su llegada a París, quedaron fascinados por las maravillas que se comentaban sobre el Titanic, que estaba a punto de emprender su primer viaje. Dado que el dinero no era problema para el matrimonio, pues pertenecían a sendas adineradas familias españolas, decidieron prolongar el viaje de novios para embarcarse en aquel paraíso flotante desoyendo las advertencias que les había hecho la madre de Víctor, Purificación Castellana:
Id en todo lo que queráis, menos en barco.
Dijo embargada por el terrible presentimiento de que el mar les depararía un gran peligro. Pero la pareja desoyó su consejo.
Tras adquirir un billete de primera clase en el Titanic que les costó 108 libras (unos 130€, una fortuna en aquella época), encontraron la manera de esconder a Purificación aquel viaje. Dejaron a su criado en la capital francesa para que, semana a semana, fuera enviando postales a Madrid en las que la pareja relataba actividades que estaban llevando a cabo en la ciudad. Víctor y Josefa embarcaron en el puerto galo de Cherburgo, la segunda escala del barco, que había partido desde la localidad británica de Southampton.
Era todo increíble, precioso y la gente, bueno, lo mejor de lo mejor de todo el mundo.
Contaba la joven.
Al ser pasajeros de primera, el matrimonio disfrutaba de cenas amenizadas por una gran orquestra. A las 23:40 horas de la hora de aquel 14 de abril hacía pocos minutos que habían abandonado el salón cuando notaron una leve sacudida, y al poco, advirtieron que el barco se había parado. Josefa ya estaba en la cama, pero Víctor, que se estaba desvistiendo, salió del camarote para ver qué pasaba. Tras comprobar que en la cubierta la gente se agolpaba para subir a los botes salvavidas, fue a buscar a su esposa, quien sólo tuvo tiempo de ponerse un chal por encima del camisón. También avisó a Fermina, la criada que viajaba con ellos. Se abrieron paso entre el gentío que se peleaba por acceder a los botes y Víctor logró que Josefa y Fermina accedieran al número 8. Él estuvo a punto de subir, pero al final, cedió su lugar a una mujer que llevaba a un niño en brazos.
Adiós, Pepita.
Le dijo, confiando en encontrar sitio en otra barca.
Ya en el agua, Josefa tuvo el presentimiento de que no volverá a verlo y rompió a llorar desconsoladamente.
Totalmente abatida, Josefa también fue testigo de cómo la gente, desesperada, se lanzaba al mar. En aquellas latitudes, al sur de las costas de Terranova, el agua estaba a 4 grados y los que intentaban flotar en ella no sobrevivían por más de 15 minutos. Sus gritos de socorro y de dolor se clavaron en los tímpanos de los que habían conseguido subir a sus botes. A las 2 de la madrugada del 15 de abril, el Titanic se hundió por completo.
Pocas horas después, la esposa de Víctor Peñasco y su criada eran recogidas por el Carpathia, el buque que oyó la llamada de socorro del Titanic y acudió a auxiliarlo. Josefa confiaba en reencontrarse con su marido en esa embarcación, pero no lo encontró allí ni en ninguno de los botes que llegaron después del suyo. Trasladada a Nueva York, también esperó que Víctor hubiera podido desplazarse hasta la ciudad por otros medios, pero la espera fue en vano. Nunca más volvió a verlo y el mar jamás devolvió su cadáver.
Ya en el agua, Josefa tuvo el presentimiento de que no volverá a verlo y rompió a llorar desconsoladamente.
La señora Peñasco empezó a chillar el nombre de su marido. Fue terrible. Me puse acurrucada junto a ella, tratando en lo posible de consolarla. ¡Pobre mujer! Sus sollozos ablandaron nuestros corazones y sus palabras eran imposibles de entenderse debido a su tristeza.Relató la condesa de Rhodes, que se encontraba en la misma embarcación.
Totalmente abatida, Josefa también fue testigo de cómo la gente, desesperada, se lanzaba al mar. En aquellas latitudes, al sur de las costas de Terranova, el agua estaba a 4 grados y los que intentaban flotar en ella no sobrevivían por más de 15 minutos. Sus gritos de socorro y de dolor se clavaron en los tímpanos de los que habían conseguido subir a sus botes. A las 2 de la madrugada del 15 de abril, el Titanic se hundió por completo.
De pronto, se oyó un ruido enorme. Como si una montaña se viniera abajo. Cuando me decidí volver la cabeza, el barco había desaparecido como si se lo hubiera tragado una garganta misteriosa.explicó Josefa Pérez de Soto.
Pocas horas después, la esposa de Víctor Peñasco y su criada eran recogidas por el Carpathia, el buque que oyó la llamada de socorro del Titanic y acudió a auxiliarlo. Josefa confiaba en reencontrarse con su marido en esa embarcación, pero no lo encontró allí ni en ninguno de los botes que llegaron después del suyo. Trasladada a Nueva York, también esperó que Víctor hubiera podido desplazarse hasta la ciudad por otros medios, pero la espera fue en vano. Nunca más volvió a verlo y el mar jamás devolvió su cadáver.
Una embarazada en su quinto mes de gestación
Los Astor viajaban en el Titanic en compañía de un mayordomo, una criada, una enfermera y Kitty, un terrier al que Madeleine, embarazada en su quinto mes de gestación, tenía mucho cariño. En el momento en el que el barco colisionó con el iceberg, el matrimonio se encontraba descansado en su camarote. John Jacob salió en busca de información y, al volver, quiso calmar a su esposa diciéndole que no se habían producido daños serios. A pesar de todo, se pusieron los chalecos salvavidas y, tras pasar un rato en el gimnasio, salieron a cubierta.
Estamos más seguros aquí que en una de estas pequeñas barcasLe comentó a su mujer.
A medida que pasaron los minutos fue cambiando de idea y, a las 1:45, cuando la proa de la nave ya estaba sumergida, le aconsejó subir a un bote para ponerse a salvo.
Madeleine y su enfermera se acomodaron en el número 8 y John Jacob le pidió al oficial Charles Lightotller, que se encargaba de coordinar las tareas, si él también podía embarcar para acompañar a su esposa dada su "condición delicada". Pero Lightotller se negó, fiel a la consigna recibida de dar preferencia a las mujeres y los niños, por lo que Astor se quedó en cubierta, despidiéndose de su esposa con un cariñoso beso. Kitty, su mascota, tampoco pudo subir al bote.
Consciente de que el tiempo era oro, el acaudalado empresario se puso a colaborar con la tripulación y cogió en volandas a dos hermanos de origen libanés de 12 y 14 años, para meterlos en una de las últimas barcas de zarparon. Éstos y otros supervivientes relataron que, mientras se alejaban del Titanic pudieron ver como Astor, resignado a su suerte, se encendía un cigarrillo mientras charlaba con otro pasajero.
Recogida por el Carpathia, Madeleine esperaba ansiosamente presenciar la llegada de su marido, pero no fue así. El Mackay-Bennett, uno de los barcos alquilados para recuperar los cadáveres, envió un telegrama el 22 de abril confirmando que se habían encontrado sus restos. Astor fue enterrado en el cementerio de Trinity Church, en Nueva York, la ciudad donde el 14 de agosto de 1912, Madeleine dio a luz a su hijo, John Jacob Astor VI.
Juntos durante toda la vida y ante la muerte
Padres de siete hijos, los Straus llevaban 41 años casados y siempre fueron una pareja muy unida. Cuando él se veía obligado a viajar por negocios, escribía a diario a su mujer, que le contestaba todas las cartas. La noche del 14 de abril, se encontraban en su camarote cuando fueron informados del accidente. Se pusieron los chalecos salvavidas y se dirigieron a cubierta para acceder a alguno de los botes de salvamento. Ida llegó poner el pie en el número 8, pero cambió de opinión al ver que mujeres más jóvenes con niños estaban esperando su turno para otras barcas. Isidor le insistió para que embarcase pero ella le contestó:
Hemos vivido juntos durante muchos años. Donde tú vayas, yo voyDándose las manos, la pareja se sentó en unas hamacas de cubierta y le pidió a un miembro de la tripulación que les atara los pies con una manta. Así esperaron a que llegara el final. El cuerpo de Isidor fue recuperado por el Mackay-Bennett, pero el de Ida nunca se encontró. Su historia relatada por los supervivientes, impactó a la opinión pública, que les dedicó homenajes de todo tipo. Al matrimonio se les erigió un monumento en el cementerio neoyorquino de Woodland, donde descansan los restos del empresario, en el que puede leerse la siguiente inscripción:
La inmensidad de las aguas no ahogan el amor, ni las grandes inundaciones lo engullirán
El padre que huía a EEUU con sus dos hijos
¡Era un barco magnífico! Recuerdo que mi hermano y yo jugábamos en la cubierta posterior, estábamos encantados de estar allí. Una mañana, mientras desayunábamos huevos, vi que el mar estaba impresionante y me invadió una sensación de completo bienestar.Explicaba el pequeño Michel -al que la familia llamaba Lolo-, que estaba a punto de cumplir 4 años. Dado que los niños sólo hablaban francés, su padre tuvo que recurrir a una ciudadana suiza, Berta Lehman, para que cuidara de ellos en los escasos momentos en que él no podía hacerse cargo. Cuando se produjo el choque, los pequeños estaban dormidos. Michel Navratil cogió a su primogénito en brazos y un hombre al que le pidió ayuda hizo lo mismo con Edmond (llamado Momon), de 2 años. Llevaron a los niños hasta el bote desplegable D, el último que arrió, y los colocaron allí. Navratil le dijo a Lolo:
Hijo mío, cuando vuestra madre venga a buscaros, que estoy seguro de que lo hará, dile que la amaba profundamente y todavía la amo. Dile que esperaba que ella nos siguiera para que pudiéramos vivir felices en la libertad y la paz del Nuevo Mundo.Una vez en el agua, los pequeños se durmieron.
A la mañana siguiente, vi el Carpathia en el horizonte. Me subieron a bordo en algo parecido a un saco de patatas y pensé que aquello no estaba bien.Recordaba el mayor de los hermanos. Ni Lolo ni Momon sabían hablar inglés y no pudieron contar su historia a las autoridades. Se los clasificó como los "huérfanos del Titanic", puesto que empezaron a pasar los días sin que ningún adulto los reclamara. Margaret Hays, una pasajera de primera clase que había sobrevivido, se ofreció a hacerse cargo de los pequeños hasta que apareciera algún familiar. Instalados en Nueva York, sus fotos fueron publicadas en periódicos de todo el mundo y Marcelle, su madre, los reconoció. La White Star Line, compañía a la que pertenecía el Titanic, se hizo cargo del pasaje que la llevó a Estados Unidos, donde se reunió con los niños el 16 de mayo.
Los Navratil regresaron de nuevo a Francia, donde Michel se doctoró en Psicología y Edmond trabajó como decorador antes de convertirse en arquitecto. El pequeño de los hermanos murió a los 43 años, en 1950, después de que su participación en la Segunda Guerra Mundial le dejara bastante maltrecha la salud. El mayor vivió hasta los 92 años, convirtiéndose en el último superviviente masculino en morir. Michel no tuvo fuerzas suficientes para volver a Estados Unidos y visitar la tumba de su padre hasta 1996, cuando ya tenía 88 años.
La ejemplar conducta del capitán Smith
Con la misma entereza mostrada por Smith, la Wallace Hartley Band, la orquesta del barco, siguió tocando mientras el barco se hundía. Los siete músicos se situaron en el salón de primera clase, a la altura de la cubierta, e interpretaron piezas con el objetivo de calmar el pasaje. No pararon ni cuando el agua invadió la zona donde se encontraban. Los supervivientes recordaban que el último tema que pudieron oírles tocar fue el himno religioso "Nearer, My God, to Thee" (Más cerca de ti, Dios).
El oficial que volvió a buscar supervivientes
Hemos tardado demasiadoSe lamentó, seguro de que habría podido salvar a más gente. Fue el único oficial que, ya en el bote, tomó la iniciativa de regresar al epicentro de la tragedia.
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