Hey babies! Nos hemos acostumbrado tanto a tener a nuestro alcance ciertas facilidades que apenas nos paramos a pensar cómo surgieron, así que hoy traigo el origen de la anestesia.
Hoy en día es impensable someterse a cualquier tipo de cirugía (sea grande o pequeña) sin anestesia, pero hace menos de 200 años, los pacientes sufrían un verdadero calvario cuando tenían que ser operados. De hecho, la aparición de la anestesia supuso una revolución, motivo por el cual la medicina ha avanzado más en los últimos dos siglos que en toda la historia anterior. Además, antes de los primeros usos documentados del éter como anestésico en el siglo XIX, se venían usando desde la antigua Mesopotamia varias hierbas y sustancias anestésicas, como el opio o el cannabis.
Los avances en este campo en la Edad Media se deben, principalmente, a los médicos del mundo árabe. En concreto, se conoce el primer manual ilustrado sobre cirugía, publicado en el año 1000 por el médico andalusí, Abu al-Qasim al-Zahrawi, en el que se describía sistemas como la esponja mojada con sustancias anestésicas que se colocaban debajo la nariz del paciente.
Otros métodos, aunque mucho menos ortodoxos, fueron documentados también antes de la invención de la anestesia. Por ejemplo, en Italia en el siglo XVII era común la anestesia por hipoxia cerebral, es decir, se asfixiaba al paciente para cortar el suministro de oxígeno al cerebro hasta que éste perdía el conocimiento y entonces se procedía a la operación. Otros médicos llegaban a golpear en la cabeza al paciente para dejarlo inconsciente.
Sin embargo, ninguno de estos más que cuestionables métodos anestésicos era suficiente para frenar las cifras de muerte durante la cirugía o por infecciones postoperatorias. De hecho, en las primeras décadas de 1800, en The Old Operating Theatre, en London Bridge, una de las salas de operaciones más antiguas de Europa (que a día de hoy se conserva), morías dos de cada tres pacientes.
Cirugías sin anestesia
Pero, ¿cómo eran las cirugías sin anestesia en esos tiempos?
- Cirugías rápidas para minimizar la muerte por hemorragias. De hecho, los cirujanos más valorados eran los más rápidos y una amputación podía realizarse en unos 10 o 15 minutos.
- Hasta 1846, a los pacientes se les daba alcohol o algún material como un bastón para morderlo durante lo que durara la intervención.
- Falta de higiene. A principios del siglo XIX no se conocía la existencia de los microbios y, por lo tanto, no se usaba ningún método antiséptico. Los cirujanos reutilizaban las batas manchadas de sangre (símbolo de su éxito profesional); se lavaban las manos solo tras la operación y los instrumentos y materiales usados tampoco eran limpiados y mucho menos esterilizados.
La suma de todos estos factores explica porqué los hospitales tenían tasas de mortalidad superiores al 25%.
La revolución de la anestesia
Todo había empezado a finales de diciembre de 1844, cuando Gardner Colton, un ex estudiante de medicina que se hacía pasar por profesor, llegó a Hartford, una pequeña ciudad entre Boston y Nueva York. Colton dio una conferencia en la que quiso causar sensación enseñando los efectos de un gas, el óxido nitroso, más conocido como gas de la risa.
Y en efecto, los asistentes, al inhalarlo, no paraban de reír y se movían con torpeza. Entre el público se encontraba Horace Wells, entonces un reputado dentista local, que, viendo que uno de los participantes, tras inhalar el gas, se había golpeado una pierna, le preguntó si se había hecho daño y cuando el otro negó haber sentido nada, Wells tuvo un relámpago de luz creativa y creyó que ahí estaba la solución para un problema que deseaban aplacar los odontólogos desde hacía tiempo: realizar extracciones sin dolor.
A la mañana siguiente, Wells convenció a Colton para que le administre aquel gas mientras otro colega le extraía una muela del juicio que le molestaba desde hacía algún tiempo y tal y como había intuido, la cirugía no generó ningún tipo de dolor. Era el 11 de diciembre de 1844 una fecha que pasaría a los anales de la ciencia.
Tras familiarizarse con el uso del óxido nitroso, Wells realizó con éxito varias extracciones indoloras en varios pacientes. En enero de 1845, exultante, comunicó sus progresos a un antiguo aprendiz, William Morton, que le ayudó en sus investigaciones. Pero cuando ambos fueron a consultar con el químico más prestigioso de la ciudad, Charles T. Jackson, éste consideró que el método era sumamente peligroso y les desaconsejó su uso.
Wells y Morton no se dieron por vencidos y acudieron a la facultad de medicina de Harvard. Allí, el doctor John Warren les organizó una demostración en el anfiteatro del Hospital General de Massachusetts, centro universitario del que era cirujano jefe. Todo estaba preparado para mostrar los efectos del óxido nitroso ante la comunidad médica, pero la intervención fue un fracaso: el paciente, un joven aquejado de caries, comenzó a bramar de dolor en cuanto le introdujeron el bisturí, quizá porque la dosis administrada era la inapropiada, haciendo que los estudiantes allí presentes abuchearan a Wells, al que acusaron de charlatán.
Mientras Wells regresaba a Hartford afectado por el fracaso de su demostración, Morton, por su parte, siguió con los experimentos anestésicos, pero empleó otro gas: el éter, experimentando primero con animales y después con humanos. Tras algunos ensayos que no dieron el resultado esperado, el 30 de septiembre de 1846 usó éter sulfúrico para extraer de forma indolora un molar a un músico de Boston.
Dos semanas después había concertado una nueva cita con el doctor Warren, que sería la definitiva y sería en el mismo escenario que había usado Wells. Cuando Morton llegó, el joven Gilbert Abott, que tenía un tumor congénito en el cuello, estaba maniatado y había una gran expectación entre los asistentes. El odontólogo le dio a inhalar el éter y al cabo de unos minutos le dejó inconsciente. Warren llevó a cabo la operación sin ningún sobresalto.
Caballeros, esto no es ninguna charlatanería.
Con esas palabras se dirigió John C. Warren al público que acababa de asistir a la extracción de un tumor a un paciente que no había sentido ningún dolor. Era el 16 de octubre de 1846 y fue bautizado desde entonces como el día del éter y considerado el del nacimiento de la cirugía con anestesia, eclipsando el logro anterior de Horace Wells.
Fuente: National Geographic | Vygon
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